El salvador de Cabueñes

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El salvador de Cabueñes

RAMÓN AVELLO


El caso de Ovidio Blanco Suárez, al que me imagino que estará pasando un auténtico calvario personal y familiar, pese al beneficio lucrativo particular del asunto, es uno de esos renglones torcidos. Sin embargo, puede tener unas consecuencias benéficas para lo que se plantea construir en Cabueñes. De momento, el concejal de Urbanismo, muy tocado por el asunto, ya ha anunciado que la altura de los edificios se rebajarán una planta: cuatro pisos en vez de cinco. Y estamos al principio.

Pese a las declaraciones de la alcaldesa que anuncia que el Plan de Cabueñes seguirá con normalidad, la situación es tan anormal que el plan podrá continuar a «la trágala», pero las consecuencias de la alegre edificación serían demoledoras. Tanto para el gobierno municipal, como para Gijón. El 'Muro de Cabueñes' pasaría a convertirse en el 'Muro de la Vergüenza', el 'Muro del Pelotazo' y el 'Muro del Desafuero'.

El desarrollo urbano de Gijón ha fagocitado y tragado parroquias colindantes como Jove, Tremañes, Ceares -hasta una zona de Ceares la anuncian los promotores como 'Puertas de Viesques'- o Roces. Ha sido un proceso necesario por el crecimiento de la ciudad, aunque se hubiese podido realizar con mayor cordura y tacto.

Cabueñes, debido a su relativa distancia de Gijón, ha salvado hasta ahora el tipo -para construir una urbanización como la que se pretende, hay que dar un salto considerable- y de hecho, en el Plan Rañada, Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), en el que colaboró Ovidio Blanco, se mantenía a esta parroquia si no como una zona plenamente rural, sí residencial de baja densidad.

Una parroquia en la que la recuperación de La Fontica, los campos de golf de La Llorea y El Tragamón, el Botánico, la carbayera del Tragamón, los paseos de Peñafrancia, por citar algunos de los equipamientos públicos, hacen de Cabueñes el pulmón verde de Gijón. La modificación del PGOU con el Plan de Cabueñes, por el que se proyectó una urbanización de seiscientas viviendas, entre bloques y adosados, introducía una intoxicación en ese pulmón verde y un atentado al paisaje limítrofe urbano, totalmente innecesario.

Tan grave ha sido la torpeza de políticos y urbanistas que contra el sentido común han parido el llamado 'Muro de Cabueñes' como la desafortunada actuación del ex jefe del Servicio Técnico de Urbanismo, Ovidio Blanco.

Personalmente, creo que la primera compra y venta de la parcela del escándalo, probablemente destinada para vivienda propia, fue correcta e impecable. El asunto de la compraventa posterior, en una persona del talante recto y austero de este arquitecto, resulta extraño y de lo más vidrioso. Aunque no haya incurrido en la ilegalidad, la ha bordeado, tal vez ingenuamente, con un 'pelotazo' de libro. El fondo de la cuestión es si todo ello servirá para provocar el freno de un desaguisado urbanístico.

No sería el primer plan que se viene abajo, y más en estas circunstancias de crisis en las que vender un piso es poner una pica en Flandes.

Al edificio del Náutico se le cepilló una segunda planta, pese a que el imprudente Morales afirmaba que se podrían construir hasta veinte pisos. Lo de Cabueñes es más complejo, pero siempre es mejor pisar el freno que poner la marcha atrás. Paradojas de la vida: si como es deseable se para este plan, será, en parte, gracias a Ovidio Blanco, quizás contra su voluntad, el salvador de Cabueñes.

Es probable que algunos trazos demenciales del urbanismo gijonés, al final, se escriban rectos con renglones torcidos.


Publicado en El Comercio el 22 de marzo de 2009