El régimen democrático

artículo del director

El régimen democrático

Xuan Cándano

Cuando escribo estas líneas Francisco Cadórniga está en el Sahara atendiendo a diabéticos, una cita obligada desde hace unos cuantos años, incluso después de su jubilación.
Allí le adoran, no sólo enfermos, sino el jefe de gobierno y sus ministros, que lo tratan con la consideración que merece este brillante endocrino, que conjuga esa rara mezcla de médico y humanista.
Es uno de esos tipos a los que no sólo puedes comprar a ciegas un coche de segunda mano, sino sumarte sin recelo a cualquier causa que defienda.

En cambio en Gijón, donde reside, Cadórniga padece el desprecio y la animadversión de su propio ayuntamiento. Y eso que viene de la vieja izquierda del tardofranquismo, tan ajena a los actuales gobernantes municipales.

Cuando comenzó su cívica oposición al salvaje plan de urbanismo que arrasará Cabueñes, la zona rural donde vive, condenada a ser inundada por el cemento, comenzó a soportar una grosera y abierta hostilidad municipal.
El concejal de Urbanismo lo echó del despacho, dando un puñetazo en la mesa, y puso su mano en el fuego por el arquitecto municipal, cuando Cadórniga y sus compañeros de la Plataforma de Cabueñes le informaron con total corrección que aquel funcionario había dado un pelotazo de 600.000 euros.
No fue la única vez que fueron expulsados. También les recordo Pedro Sanjurjo que podían tener razón, pero él en cambio acumula lo que importa: el poder y los votos.
Menuda impunidad la que dan las urnas.

Fue ese trato degradante, esa depresión democrática que te invade ante los atropellos de esta casta de profesionales de la política que han tomado al asalto las instituciones, lo que encorajinó a Cadórniga y a sus vecinos de Cabueñes.
Se pusieron a investigar, contrataron a un experto y acabaron descubriendo el pastel y poniéndolo en manos de EL MUNDO, porque tenía que ser un periódico afín al PP el que se interesase por un escándalo que perjudica al PSOE.
Y al revés. Así funciona el negocio mediático, casi tan turbio como el cemento.

Lo de Cadórniga y la Plataforma de Cabueñes es un espejo social donde la ciudadanía puede mirarse, aunque con imágenes contrapuestas.
Es un ejemplo que ciudadanos organizados logren desnudar las miserias del poder, pero triste comprobar que sin la capacidad, el tiempo, el dinero y la obstinación que pusieron en Cabueñes no se pasa del derecho al pataleo.

Al muro previsto en Cabueñes los vecinos sólo han logrado derribarle unas piedras, pero a través del agujero se puede ver la prepotencia que el poder político ejerce contra los ciudadanos que no se someten, al margen del partido que gobierne, porque en esto son intercambiables, como en tantas otras cuestiones importantes.
Que encima el PSOE de Gijón los denomine "malos ciudadanos" es una paradoja comparable al hecho de que la democracia esté representada por políticos que persiguen a los demócratas.

Y si se mira con más atención, como hicieron los de la Plataforma con la copiosa e intragable documentación que tuvieron que estudiar, por el agujero del muro de Cabueñes se ve Gijón tapado por la niebla de sa sospecha, pero protegido de los vientos por el Principado.

El concejal de Urbanismo, casado con una consejera del Principado, forma una de las parejas de oro del socialismo asturiano, convertido en un régimen gracias a un eficaz aparato de poder, al clientelismo, la falta de alternativa política y la endogamia.
Un régimen democrático, por supuesto, legitimado por las urnas.

Pero los votos no tapan las vergüenzas ni los agujeros de los muros.

Publicado en la revista atlántica XXII nº 2, mayo 09