GIJÓN
Forma, fondo y paisaje
RAMÓN AVELLO
«Gijón sabe a verano», se lee en la portada, ilustrada con una fotografía del puerto deportivo -en primer plano el escanciado de la sidra- desde la Cuesta del Cholo. En el interior de la revista, varias páginas centrales, con texto de Silvia G. Artiga y fotos de Pablo Saravia, animan al viajero a visitar Gijón. En toda promoción de la ciudad siempre hay una serie de constantes, como son la gastronomía, la variedad de sus museos, las diferentes propuestas de ocio y diversión, el paisaje urbano y también la valoración y cercanía del paisaje rural del concejo de Gijón, a cuatro pasos de la ciudad. Como escribió Gerardo Diego, Gijón es una ciudad que es paisaje. Un paisaje que, aunque no sea inalterable, se debería preservar en su esencia.
Estoy fuera de Asturias, por lo que desconozco los entresijos de la reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Asturias sobre el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU). Desde el Ayuntamiento, se recuerda que el varapalo judicial es una cuestión de formas, de procedimientos. Algo así como si se hubiesen entregado los papeles en una ventanilla equivocada. Se tramitaron las novedades del Plan, elaboradas, me imagino que al menos en parte, por el estudio de Felipe Teixidor como una modificación o adaptación del Plan General de Ordenación Urbana y no como una revisión en profundidad del mismo. La modificación no requería, según parece, el estudio previo de impacto ambiental, por lo que planes parciales tan cuestionables como el Plan de Cabueñes, que tiene a toda la parroquia en guerra, carecían de este estudio y se introducían como de tapadillo en el futuro urbanístico de la ciudad. La cuestión formal, según la versión del gobierno municipal, no afecta al contenido de lo que se proyecta edificar. Corregido el procedimiento, estos proyectos continuarían en marcha.
Tal vez legalmente sea, como defiende la Alcaldía, cosa de forma, pero es indudable que también hay una cuestión real de fondo, mucho más importante y trascendental que estos formalismos.
Si yo escribo, tal como escribí hace un tiempo cuando estalló el 'caso Ovidio Blanco', que el Plan de Cabueñes es una «bestialidad, una barbaridad», que fagocita y traga una parroquia que por su relativa distancia a Gijón se mantiene como una zona de baja densidad, mi opinión puede tener la levedad del peso de aquel Don Hilarión de 'La Verbena de la Paloma', de donde se extraen los adjetivos de bestialidad y barbaridad.
Si uno de estos adjetivos lo emplea un arquitecto, Rañada, redactor del PGOU, para cuestionar el futuro urbanístico de Cabueñes («el Plan de Cabueñes es una bestialidad», declaró no hace mucho Rañada a EL COMERCIO), me imagino que para el arquitecto, como para miles de ciudadanos de Gijón, el Muro de Cabueñes contradecía la recuperación de La Fontica, los campos de golf de La Llorea y El Tragamón, el Botánico, La Carbayera del Tragamón, la ruta de Peñafrancia y todas aquellas actuaciones públicas que hacen de Cabueñes el pulmón verde de Gijón.
El rechazo a las modificaciones del PGOU no es cuestión de forma, sino cuestión de fondo y de paisaje. Por otra parte, estoy convencido de que los responsables políticos de Urbanismo -antes Morales, ahora Sanjurjo- no han metido la mano, pero sí, y con cierta contumacia, la pata.
La portada del número de julio de 'Paisajes desde el tren', revista mensual, con una tirada de 210.482 ejemplares, y que Renfe reparte entre, por lo menos, sus viajeros del AVE, está dedicada a Gijón.
Publicado en El Comercio el 9 de julio de 2009